Mi interés por los azulejos surgió hace apenas unos meses, a raíz de varios vídeos de artistas que descubrí en redes sociales. En aquel momento sentía la necesidad de innovar y explorar nuevos soportes que me permitieran expandir las posibilidades de la pintura más allá del lienzo convencional. Al reflexionar sobre ello, me di cuenta de que los azulejos habían estado muy presentes en mi infancia: mis abuelas tenían en sus casas diferentes elementos decorativos compuestos por conjuntos de azulejos en los que se representaban objetos rurales, botijos y bodegones. Los colores predominantes eran el azul ultramar y el amarillo, además de formas decorativas características de la cerámica valenciana.

La cerámica valenciana, muy habitual en la decoración doméstica y urbana, se distingue precisamente por el uso de estos colores intensos —sobre todo el azul— y por sus motivos tradicionales, que suelen incluir formas vegetales, elementos geométricos y escenas costumbristas. También es reconocible por su acabado esmaltado y brillante, típico de las piezas producidas en talleres artesanales de la Comunidad Valenciana. Esta presencia constante en el entorno visual hace que, incluso sin haberlo buscado, estos elementos se hayan convertido en parte de mi imaginario personal y cultural.

Es posible, por tanto, que exista una implicación tanto emocional como cultural, ya que los azulejos me transmiten sentimientos de nostalgia y de pertenencia. No considero que tenga un referente artístico concreto más allá de los propios azulejos que he observado a lo largo de mi vida, ya sea como piezas decorativas o como rótulos con nombres de calles y casas. Podría definirlo más bien como una influencia estética. En la actualidad sigo en redes sociales a artistas que utilizan azulejos como soporte para crear obras minimalistas, a menudo destinadas a la decoración o empleadas como detalles personalizados para campañas de publicidad o eventos, como por ejemplo regalos para invitados de boda.